La inspiración es, para cada artista, una chispa diferente que prende el deseo de crear. Según la disciplina, según el propio arte, esa chispa nacerá de una forma o de otra, de una manera diferente a la que estábamos acostumbrados. La inspiración no siempre llega a través de una experiencia sublimada, donde somos conscientes de que algo increíble está pasando. En ocasiones, la inspiración puede llegar cuando estamos a punto de dormir, después de pasar todo el día delante de un lienzo en blanco, sin dar con ella. Es esquiva, compleja y sobre todo, muy especial, así que hay que saber mantenerla contenta. Los buenos artistas aprenden que la inspiración no trabaja para ellos, sino que es justo al contrario. Son ellos los que tienen que ponerse a disposición de esas musas, o musos, en el momento en el que llegan a su mente para prender sus ideas.

Decía Pablo Picasso, seguramente uno de los más grandes genios de la pintura, que es mejor que la inspiración te llegue trabajando. De sus palabras se entiende que la constancia y el trabajo duro, día tras día, es lo que verdaderamente permitirá que esa inspiración vaya fluyendo. No podemos esperar a tener “ideas geniales” y ponernos a trabajar solo cuando lleguen, porque entonces perderemos mucho tiempo y estaremos en manos de los bloqueos. La creatividad también se trabaja, también debe fluir, y ponernos manos a la obra suele ser una de las mejores formas de llamar a las musas. A veces las encontramos en cualquier pequeño reflejo, en un parque, en una persona que tenemos cerca… En otras ocasiones, la inspiración llega desde donde menos lo esperamos, de alguien que no conocemos y que no está precisamente pasando por su mejor momento. Sin embargo, hay algo en esa persona que nos toca, en su historia, en su forma de entender el mundo, de disfrutarlo y sufrirlo. Bastará con esa pequeña chispa para prender nuestra llama y comenzar un viaje que puede dar como resultado una verdadera obra de arte. Así ocurre en el documental Colores al Opio, donde prostitución y arte se tocan de cerca.

Cómo surge esta ficción

Todo nace de la intención de Alejandro Carpintero, artista plástico y aquí también director y guionista, de crear una película sobre la relación entre el arte y la prostitución. Un documental que recoja fielmente el proceso creativo de un pintor, en este caso el suyo, desde que encuentra esa historia que quiere plasmar hasta que completa su obra. Solo que no será un caso más en el que toda la relación con la modelo es idílica. En este caso, Carpintero quiso entrar en las entrañas de su barrio para conocer a Anastasia, una prostituta politoxicómana que sobrevivía a duras penas en las calles. La experiencia le marcó tanto que decidió llevar su historia a la película, a la vez que creaba los cuadros donde ella servía como modelo.

Anastasia, prostituta y politoxicómana

Cuando alguien pregunta a un artista por sus musas, estos suelen dar dos repuestas bastante diferentes. La primera, si tienen pareja, es asegurar que sin duda es esa persona, aunque luego sus trabajos no tengan nada que ver con ella. Es casi lo que se debe hacer, lo políticamente correcto. La segunda es generar toda una versión idealizada de una persona que no existe, aunque tenga bases reales, y afirmar que solo ese ideal puede servir de inspiración, como hacían los románticos. Pero nada más lejos. Muchos artistas tienen como modelos y musas a mujeres normales y corrientes, y en algunos casos, incluso indeseables a ojos del resto de la sociedad. Carpintero quería encontrar una historia genuina para sus obras, y la halló en Anastasia, una joven de Europa del Este que llevaba muchos años en nuestro país.

Anastasia trabajaba como prostituta para poder sobrevivir, ganarse algo de dinero para comer y sobre todo, para comprar droga. La vida no la había tratado bien, pero su belleza permanecía casi intacta en su rostro, en su mirada, ajada pero todavía con una fuerza increíble. La chica accedió a ser la protagonista del documental y contar su historia mientras el artista iba plasmando en su obra la visión que tenía de ella. Muy acorde a su estilo, con colores vivos y excitantes, generando un contraste interesante con la propia vida de la chica, que parecía ser bastante gris.  La relación entre el arte y la prostitución se trata de forma somera en el documental, hablándonos de aquellos bohemios franceses de finales del XIX en París. La situación hoy en día es diferente, pero todavía quedan artistas que se arriesgan a bajar a los bajos fondos para encontrar esa inspiración genuina.

El arte de Alejandro Carpintero

El artífice de toda esta obra meta artística es Alejandro Carpintero. Este artista madrileño nación en 1981 y se formó en distintas escuelas de arte, después de estudiar Bellas Artes en la Universidad. Carpintero entendió que la formación “oficial” no era lo suyo, pero ese arte latente que había en su interior necesitaba salir de alguna forma. Así que se buscó las trazas para crear su propio estilo, para imaginar la pintura que deseaba realizar. Una mezcla de realismo en las formas con vibrantes colores que generaban un aspecto único y muy personal. Con el tiempo, su nombre comenzó a sonar muy fuerte dentro del mundo del arte underground español, y logró exponer en algunas de las mejores galerías del país.

Desde sus inicios como artista, Carpintero ha estado obsesionado con plasmar la feminidad casi adolescente en sus obras. De hecho, en la mayoría de sus lienzos las protagonistas son mujeres muy jóvenes, algunas ligeras de ropa. Esto, que para él es un simple intento de plasmar la idea de arte que tiene en la cabeza, le ha costado no pocas polémicas. A pesar de ella, ha conseguido vender muchos cuadros y exponerse como uno de los artistas más interesantes del panorama. El estreno en 2020 de Colores al Opio le sirvió como nuevo trampolín para llamar la atención de los medios, llevando su temática un paso más allá. El  documental sirve no solo  para mostrar la historia de su musa, sino también su propio estilo de creación, casi como si pudiéramos entrar en su mente.

Recepción de la crítica y el público

El documental, de apenas 60 minutos, apareció en la peor época posible, en el año 2020, en plena pandemia. Pasó sin pena ni gloria por los cines, salvo por algunas sesiones en ciudades como Madrid o Barcelona. Pero tuvo una segunda vida gracias a la plataforma online Filmin, especializada en cine independiente. Desde ahí, el documental se ha abierto a muchos espectadores, y Carpintero ha logrado su objetivo de llegar a un público más abierto, y no solo al intelectualismo artístico al que parece aspirar desde un principio. El documental apenas tiene críticas en los portales habituales, y son algo tibias, pero es cierto que refleja a la perfección lo que su autor quería. Plasma la historia de una musa inesperada y la de un artista que solo entiende su obra de una manera.